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CONSTRUYENDO FAMILIAS SALUDABLES, por Jorge E. Maldonado

Artigos e Notícias

Los modelos médicos tradicionales nos indujeron a pensar en la familia a la luz de sus carencias, desajustes, problemas y necesidades.  Los recursos fueron colocados del lado de los que la auxiliaban: los médicos, los psicólogos, los trabajadores sociales, las agencias de ayuda incluyendo a la iglesia.  Pero una lectura teológica del ser humano en general y de la familia en particular nos ubica en una perspectiva mejor balanceada. Una antropología bíblica nos informa que aún en la condición de limitación, imperfección y finitud, la imagen de Dios en los seres humanos no se ha borrado ni anulado, sólo se ha manchado, se ha distorsionado y, en muchos casos, se ha corrompido.[1]  La Iglesia predica, educa, exhorta, ora y aconseja con la certeza de que la gracia de Dios es suficiente para redimir y transformar las situaciones humanas, no importa cuan difíciles éstas sean.  Además, con el convencimiento de que el creador nos hizo con la capacidad de amar y de establecer relaciones profundas y significativas que comienzan en la pareja y la familia, podemos afirmar que la familia tiene recursos insospechados para su bienestar, salud y desarrollo plenos.

 

Algunos investigadores en las últimas décadas se han preocupado por entender mejor cómo las familias funcionan y cómo mantienen sus recursos y su salud en medio de adversidades y tensiones. Se preguntan, por ejemplo: si el 50% de los matrimonios fracasan, ¿qué podemos aprender del otro 50% de las parejas que triunfan?; si la violencia, la droga, el desempleo y la pobreza azotan a nuestras familias en los sectores populares, ¿qué nos enseñan los jóvenes que emergen enteros de los barrios más peligrosos y carentes? Válgase mencionar algunos estudios. En 1990, W. Robert Beavers de la Universidad de Texas y Robert B. Hampson de la Universidad Metodista del Sur, en Dallas, publicaron en inglés su libro Successful Families,[2] que resumió 25 años de investigación y trabajo clínico combinando una orientación psiquiátrica con la teoría general de los sistemas. En Canadá, Nathan B. Epstein y sus colegas, con casi 4 décadas de experiencia e investigación, desarrollaron el Modelo McMaster[3] para trabajar con los aspectos más importantes de la salud de una familia. La Dra. Froma Walsh de la Universidad de Chicago, después de más de 20 años de investigación publicó en 1998 su libro Strengthening Family Resiliencecomo una contribución a la creación un marco de referencia terapéutico y preventivo para el trabajo con familias.[4]

 

La palabra inglesa resilience describe la elasticidad de los objetos “que tienen el poder o la habilidad de volver a la forma o posición original después de haber sido doblados, comprimidos o estirados.”[5]  Se aplica también ahora a las personas y familias que muestran la capacidad de sobreponerse a los desafíos de la vida, de rebotar de las crisis y del estrés persistente, de recobrarse de una enfermedad o adversidad.[6]

 

Normalidad y salud

Podríamos entrar en una larga discusión sobre lo que constituye una familia normal.  Para el propósito de nuestro trabajo baste señalar que los conceptos de normalidad son construidos socialmente y que la visión de la llamada “familia normal” está más en el ojo de quien la define.  Por otro lado, que una familia normal esté libre de problemas es un mito. Además, pensar que la familia tradicional –idealizada por cada cultura– sea la norma, conlleva el peligro de patologizar todas las familias que no caen en esas categorías o de llenarnos de visiones nostálgicas inalcanzables para las familias de hoy.[7]  Prefiero trabajar con el concepto de salud, antes que con el de normalidad.

 

Sin embargo, ¿de dónde sacamos nuestros criterios para definir salud?  Ya que tradicionalmente la psicoterapia ha construido su cuerpo teórico a partir de las carencias y disfunciones no ofrece aportes significativos para entender la salud. “Simplemente no hay categorías para construir una conceptualización de familia saludable”, nos advierte Froma Walsh. Generalmente se define la familia saludable por lo negativo: la que no es disfuncional. La mencionada autora cuenta que cuando en la década de 1970 estaba reclutando familias normales para un grupo de control en un estudio sobre la esquizofrenia, sufría la burla de sus colegas quienes le aseguraban que esas familias eran una especie ya extinguida.  Ella, entonces, sugirió una definición de familia normal: “la que no haya sido todavía clínicamente evaluada.”[8]

 

Algunos de los autores antes mencionados proponen esquemas y complicados y cuadros múltiples para exponer sus hallazgos. Beavers y Hampson ofrecen un esquema de cinco variables y doce escalas; el Modelo McMaster desarrollado en Canadá por Nathan B. Epstein propone 6 conceptos dimensionales; Froma Walsh ofrece 9 componentes organizados en 3 categorías. Los expertos pueden encontrar en ellos una riquísima mina a explorar. Me interesa aquí más bien articular una visión psico-pastoral de las maneras como en las comunidades de fe pueden trabajar, a la luz de estos y otros hallazgos, en la preservación, la búsqueda y el desarrollo de la salud en la familia.

 

Durante milenios, la tradición judeo-cristiana ha manejado -tanto en su reflexión como en su práctica y a diversos niveles de claridad y éxito– criterios de salud extraídos de las Sagradas Escrituras.[9]  Así que he optado por combinar, en lenguaje pastoral y cotidiano, las contribuciones de los autores contemporáneos que se enfocan en la salud de la familia con los principios procedentes de la revelación bíblica.

 

Para comenzar debemos decir que entendemos la salud como un continuo que puede extenderse desde un -10 (carencia absoluta de salud) hasta un +10 (disfrute pleno de salud).

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-10    -9    -8    -7    -6    -5    -4    -3    -2    -1     0    +1    +2    +3    +4    +5    +6    +7    +8    +9   +10

 

 

Sin embargo, vale la pena hacer dos aclaraciones al respecto.  En primer lugar que la salud no es la mera ausencia de enfermedad, sino el balance armonioso del bienestar físico, mental, social y espiritual.[10]  En segundo lugar, ninguna familia humana y mortal parece haber alcanzado +10 o mantenerlo en forma permanente.  Las familias mejor estructuradas y funcionales se aproximan acaso al +7 o al +8, y las muy disfuncionales tampoco están en -10, pues disponen de recursos que les ha permitido sobrevivir y funcionar hasta el momento y no desaparecer.

 

 

Criterios para definir la salud de una familia

Definir criterios que facilitan la formación de familias saludables tiene una enorme importancia para todas las disciplinas que trabajan por el bienestar de la familia, incluyendo el consejo y el cuidado pastoral.  Estos criterios pueden imprimir dirección a todos los esfuerzos con la familia, como una serie de puntos de referencia o metas hacia las cuales dirigir la energía y los programas con familias de la comunidad o de la iglesia.  Si el consejo pastoral, por ejemplo, es percibido sólo como la acción para resolver problemas, cuando éstos se hayan resuelto -o disuelto– se habrá cumplido los objetivos de la ayuda, aunque no haya crecimiento ni nuevas destrezas para enfrentar los próximos desafíos de la vida.  Si la meta, en cambio, es trabajar hacia el desarrollo integral de la persona, pareja o familia, hacia el creciente manejo de los recursos internos y externos, hacia la prevención de problemas, hacia la preparación para futuros desafíos, hacia relaciones cada vez más justas, sanas y funcionales, entonces habremos ofrecido un mejor servicio, más acorde con la salud, con los propósitos revelados de Dios para las familias y con la plenitud de vida que Cristo ofrece cuando dice: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn.10:10).

 

 

1.                  1.         En las familias saludables se vive y se transmite valores espirituales. El ámbito de los valores estuvo por mucho tiempo proscrito del terreno de la psicoterapia.  Igual suerte corrieron la fe, la espiritualidad y la religión en general.  Hoy la situación es diferente.  “La investigación a comenzado a documentar los beneficios de la fe y del apoyo congregacional en el bienestar general y en la longevidad, así como en la recuperación de las enfermedades, de las pérdidas, de la drogadicción y de los traumas… Estudios hechos con individuos y familias resilientes han documentado el poder de la espiritualidad en los desafíos vitales y en las experiencias dolorosas.”[11] En este nuevo clima terapéutico, la espiritualidad y los valores han dejado de ser tópicos de interés especializados para convertirse en un caudal de experiencias que fluyen a través de todos los aspectos de la vida.  La psicoterapia -afirma Froma Walsh– puede convertirse en una experiencia espiritual profunda tanto para clientes como para terapeutas. “La misma esencia de la relación terapéutica y el cambio significativo son ultimadamente espirituales en naturaleza, fomentando la transformación personal, la plenitud, y la conexión relacional con otros.” Aunque la espiritualidad –admite– ha sido considerada como un tabú entre las profesiones de la salud mental,  “estamos recién comenzando a explorar esta dimensión de tanto significado para la experiencia humana en nuestro campo.”[12]

 

En las familias competentes, exitosas o saludables que Beavers y Hampson estudiaron encontraron la dimensión de la fe como un elemento importante.  Dicen: “No todos en estas familias son personas demasiado religiosas, pero la mayoría de ellas parece tener una creencia en un orden superior al humano y en valores trascendentes que hacen que para ellas sea importante luchar y mejorar”.[13]  Froma Walsh encontró en sus investigaciones que el sistema de valores de una familia constituye “el corazón y el alma” de la capacidad para salir adelante en medio de circunstancias adversas, carencias y crisis. “Las creencias son los lentes a través de los cuales miramos el mundo… definen qué vemos, qué no vemos y qué hacemos de nuestras percepciones.  Las creencias están en el centro de lo que somos y de cómo hacemos sentido de nuestra experiencia.”[14]

 

Como cristianos nos guiamos por los valores del Reino de Dios: el amor, la paz, la justicia, la solidaridad, la esperanza, la fidelidad, la confianza, la mutualidad, la benignidad, el dominio propio, etc. Durante milenios estos valores han sido parte integral de las comunidades de fe que se esmeran por seguir a Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, según las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Ya que ésta no es una ponencia de teología, sólo comento brevemente la triada de San Pablo en 1 Co. 13:13: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor…”

 

La fe es un sentido de orientación global hacia la vida que nos hace entenderla como manejable y significativa porque es un don del Creador.  Es la convicción de que no estamos solos en el universo, de que el Creador es también el Sustentador y el Redentor. Es la habilidad de clarificar la naturaleza de los eventos y circunstancias con propósitos eternos y los problemas como medios que nos desafían a crecer, y por los tanto pueden ser superados con la ayuda de Dios.

 

Los eventos de la vida que nos causan estrés son desconcertantes cuando percibimos que no tenemos ningún control sobre ellos y amenazan nuestra seguridad y permanencia.  En un mundo cambiante todos buscamos algún nivel de permanencia.  Sólo la fe nos pone en contacto con los recursos -más allá de nuestras fuerzas- que sostienen el universo y también nuestras vidas. Esto no significa espiritualizarlo todo y descargarnos de nuestra responsabilidad. Una verdadera fe consiste en combinar sabiamente lo que nos corresponde realizar a los humanos y lo que sólo Dios puede hacer. Beavers y Hampson describen una versión secular de la fe. Encontraron que las familias que funcionan bien reconocen que el éxito depende de muchas variables, algunas de ellas que están más allá de su control.  Sin embargo, comparten la convicción de que con metas y propósitos pueden hacer alguna diferencia en sus vidas y en las vidas de otros.  Aceptan las deficiencias humanas creyendo, al mismo tiempo, que nadie es completamente inútil y nadie es capaz de todo.  En contraste, las familias disfuncionales minimizan las fortalezas, exageran la seriedad de los errores y esperan consecuencias catastróficas.[15]

 

La fe conduce a la esperanza, que es un valor orientado hacia el futuro y esencial para “respirar” cuando el estrés y la ansiedad nos asfixian.  La esperanza es necesaria para restaurar relaciones estropeadas, para reparar daños, para re-educarnos en un optimismo vigorizador. Existe sobrada evidencia de que el pesimismo -que es la falta de esperanza anclada de una persona, pareja o familia– va de la mano con la depresión, la debilidad del sistema inmunológico, el aislamiento, la enfermedad y la muerte.  Tanto el optimismo como el pesimismo pueden ser aprendidos y por lo tanto también alterados.[16]  Una familia saludable sabe evaluar la realidad –muchas veces difícil, cruel, devastadora– pero se resiste a vivir bajo la sombra de la desesperanza y del pesimismo.  El optimismo -no la ingenuidad– es una especie de vacuna psicológica frente a la adversidad.

 

¿Qué más se podría decir sobre el amor, si todo parece haberse dicho? Baste aquí señalar un aspecto práctico del mismo.  En la cultura occidental se enfatiza la responsabilidad individual como la clave para definir nuestro destino.  Se da crédito a las personas, pero si algo sale mal se culpa a la familia (especialmente a las madres), a la cultura, a la sociedad o al gobierno.  En otras culturas, incluyendo las nativas americanas o las de procedencia africana, se consulta a los adivinos, a los brujos o a los shamanes para que expliquen la mala fortuna.  Algunos –en todas las culturas– culpan a otros, al mundo cruel o a ellos mismos de sus percances.  Otros aceptan con fatalismo y resignación “su destino” o “la voluntad de Dios”.  Eso nada tiene que ver con el mensaje bíblico sobre la fe, menos con la esperanza y menos aún con el amor.

 

Amor, en forma práctica, es también suspender el juicio y ampliar el abanico de explicaciones frente a un hecho desafortunado que afecta a la familia.  Beavers y Hampson encontraron que las familias exitosas no se empeñaban en sostener una sola “causa”, sino que consideraban múltiples posibilidades como contribuyentes a un problema específico y sus respuestas variaban en forma pragmática.  Por ejemplo, si un niño riega un vaso de leche hay un abanico de posibles explicaciones: ¿fue un accidente? ¿una provocación? ¿una búsqueda de atención? ¿está cansado o ansioso? ¿o simplemente las manos del niño son muy pequeñas para sostener el vaso?  Las familias disfuncionales, en cambio, tienden a adherirse a una sola explicación, con una sola causa, y son por lo tanto propensas a culpar, sancionar y castigar con la consecuente baja estima en todos.[17]

 

El amor en la familia va más allá de los sentimientos, de los mimos y de las manifestaciones emotivas; implica voluntad, disciplina, autocontrol, disposición a perdonar y paciencia para manejar los múltiples desafíos diarios de la convivencia humana. Además, el amor debe ser incondicional y constante. Debe ser un reflejo de cómo Dios nos ama.  El apóstol Juan declara que “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn.4:19).  Esto significa que el amor humano es siempre un “amor segundo” que se moldea a la luz del amor perfecto de Dios, el “amor primero”. El amor perfecto de Dios es permanente; asegura que aunque nosotros fuéremos infieles, “él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Ti.2:13).

 

2.         Las familias saludables mantienen estructuras consistentes y flexibles. Algunos teóricos de las nuevas terapias proponen el fin del estructuralismo[18] argumentando que la “metáfora arqueológica” ha sido ya superada por la “metáfora narrativa”.[19]  Sin embargo, el concepto de estructura es todavía válido.  Las familias deben estructurar su vida y sus relaciones para llevar a cabo tareas esenciales para su desarrollo conjunto y para el bienestar de sus miembros. Las familias necesitan saber quién está a cargo, cuáles son las reglas y los límites, quién provee, educa y disciplina a los hijos, quién cuida de los desvalidos, los ancianos y los enfermos, etc., etc.  Estos elementos, definidos como parte de la estructura de toda familia como sistema vivo, son de valor especial en momentos de transición, vulnerabilidad y crisis.  Las familias están continuamente entre dos fuerzas simultáneas y aparentemente contradictorias: la estabilidad (homeostasis) y el cambio (formogénesis).  Lo que facilita que las familias se mantengan saludables -aunque en permanente búsqueda de equilibrio–  son las estructuras que le proveen estabilidad y, al mismo tiempo, suficiente flexibilidad para acomodar los nuevos y continuos cambios.

 

La estabilidad proviene de la capacidad de la familia para definir reglas claras y consistentes para las diversas edades, de designar o acordar roles para el bienestar de todos, de establecer patrones de interacción con límites claros y permeables, de mantener rutinas predecibles, etc. En las familias saludables las estructuras jerárquicas estás bien definidas y demuestren un compromiso de cuidado y responsabilidad de quienes lideran la familia.  Los miembros de una familia saludable saben lo que se espera de ellos y lo que ellos pueden esperar de los otros.  “Los adultos a cargo no abdican su autoridad o responsabilidad… Los padres o cuidadores estimulan el éxito de los hijos y recompensan las conductas adaptativas con atención, reconocimiento y aprobación.[20]  En las familias menos funcionales hay demasiada o muy poca estructura, los padres usan coerción, se enfocan en las malas conductas, en los fracasos, en el control y el castigo. Cuando atraviesan por los cambios propios del ciclo vital o por crisis no hay un claro liderazgo y cunden la ansiedad y la confusión.

 

Ya que lo más seguro en la vida es el cambio, la flexibilidad permite que el cambio sea aceptado y procesado.  La capacidad que tenga una familia para hacer ajustes cuando sean necesarios siempre será una señal de salud. Nunca estará por demás enfatizar esta cualidad en la relación de pareja. La literatura sobre terapia familiar recalca que la pareja debe evolucionar junta para enfrentar los múltiples desafíos de su relación y de las fuerzas externas. La capacidad para negociar y renegociar soluciones en forma conjunta es una muestra de flexibilidad y madurez. Ya que la pareja representa el eje central de las otras relaciones familiares, su salud pondrá la tónica para la salud de todo el núcleo familiar. La rigidez en una pareja propende al estrés, a la desunión y a la enfermedad. La pareja flexible, por el contrario, se convierte en una coalición parental igualitaria en donde el poder es compartido. Beavers y Hampson afirman que todas las teorías sobre salud o competencia familiar dan primordial importancia a la fuerza y la calidad de la diada paterna con liderazgo compartido.  Esto no implica un estatus igual de poder en todos los ámbitos, sino más bien la capacidad de negociación y dirección competente, porque “un coliderazgo respetuoso y flexible imprime cualidades importantes en cualquier empresa conjunta.”[21] Beavers y Hampson observaron en el extremo disfuncional de la escala, que uno de los padres, o los dos, entraban en coaliciones recíprocas con los niños, de quienes solicitaban apoyo, consejo y a menudo sustento.

 

En la estructura de una familia saludable también está presente la noción de pertenencia a una red de parientes, a un grupo étnico particular, a una herencia cultural específica, a una comunidad de fe.  Las concepciones saludables del ser parecen estar vinculadas a la salud de estas relaciones. Las conexiones de parientes, comunidad y redes de apoyo, incluyendo la familia de la fe, son una especie de redes salvadoras en los momentos de tensión, adversidad y crisis.

 

3.  En las familias saludables la comunicación es clara y directa.  Una buena comunicación es vital para el óptimo funcionamiento familiar.  Pero, ¿qué es una buena comunicación?  Su percepción puede variar de acuerdo a la cultura, la edad, la intensidad del momento y otros factores. La comunicación no es sólo un intercambio de información, sino también de significados, de valoración y de maniobras de conexión. La comunicación en el seno del hogar siempre entreteje elementos de contenido (información, opiniones, sentimientos) y de relación (valoración, control, validación).  Las investigaciones sobre la comunicación en la pareja y la familia apuntan a señalar que las destrezas tanto para hablar como para escuchar las podemos aprender.[22]  En efecto, aprendemos de nuestras familias de origen maneras funcionales o disfuncionales de comunicación.

 

El Dr. John Gottman, matemático y psicólogo, y su esposa Julie Schwartz Gottman, psicóloga, fundaron en Seattle, WA, en la década de 1980, lo que los periodistas llamaron “el laboratorio del amor”. Allí los Gottman investigaron durante 2 décadas (1980-2000) más de 3.000 parejas en su vida cotidiana: recién casados, casados por mucho tiempo, amables, abusivos, gritones, callados, en fin, parejas de todo tipo. Utilizaron video-grabadoras en los hogares de las parejas, instalaron electrodos en el pecho para registrar las palpitaciones del corazón, inventaron un sistema de codificación para registrar ojos virados, cejas levantadas, puños cerrados, suspiros, etc., que denotan el lenguaje corporal en la comunicación. Por más de 20 años les siguieron la pista tanto a las parejas que permanecían juntas como a las que se habían divorciado, a las felices como a las infelices. Tradujeron sus hallazgos a números, y pudieron documentar con datos sólidos que la gran mayoría de las parejas se pelean. Que incluso las parejas más felices (“masters of marriage”) no resuelven el 69% de sus desacuerdos. Que la clave del éxito matrimonial no está en que se peleen o no, sino en cómo se pelean: con gentileza, sin enfadarse al punto de poner a latir su corazón más de 95 veces por minuto. Identificaron “los cuatro jinetes del Apocalipsis marital”: la crítica, el desprecio (contempt), la defensividad y la retirada (stonewalling) los cuales están presentes por lo general en las parejas que terminan en divorcio. En cambio, las parejas que permanecen juntas y desarrollan una relación satisfactoria han desarrollado “antídotos” para esas cuatro conductas desastrosas y suelen romper la tensión con chistes, con expresiones de cariño, y proceden a reparar el daño o la ofensa. Según algunos reportajes, los Gottman podrían predecir un divorcio con un 91% de probabilidad al analizar 7 variables en los primeros 5 minutos de desacuerdo de la pareja.[23]

 

En uno de los cuadernos de trabajo para parejas, los Gottman declaran: “Nuestra investigación muestra que para hacer una relación matrimonial duradera, una pareja sólo tiene que lograr tres cosas: Usted y su cónyuge necesitan fortalecer su amistad. Ustedes necesitan trabajar en las maneras que manejan los conflictos de su relación. Ustedes necesitan crear formas de apoyarse mutuamente en su sueños.”[24]

 

Hay tres aspectos que se puede señalar como claves en una comunicación saludable: la claridad, la expresión abierta de los sentimientos y la colaboración en la resolución de problemas.[25]A esto debe añadirse que en las familias saludables el afecto es expresado con libertad y regularidad.

 

Así pues, en las familias saludables la comunicación es clara, específica y directa.  Las personas en estas familias dicen lo que quieren decir y quieren decir lo que dicen.  Hay consistencia y congruencia; es decir, no es ambigua ni contradictoria. Por el contrario, cuando la comunicación es vaga, ambigua y confusa lleva a malos entendidos, rencillas y problemas. Beavers y Hampson encontraron que en el extremo más competente de la escala que mide la “claridad de expresión”, los miembros de la familia mantienen “una sensación de espontaneidad y aliento… (que) potencia la claridad contextual de cada uno de los miembros de la familia y de toda ella.  Además hay un grado de respeto y solicitud activa de mayor profundidad de expresión.” [26] Por lo tanto, también hay menos monopolización de la palabra y un intercambio más activo entre los miembros de la familia. En lugar de ignorarse,  culparse, imponerse, herirse o competir, en estas familias sus miembros intentan ayudar a resolver los sentimientos ambivalentes que se dan entre ellos mediante afirmaciones y preguntas aclaratorias.

 

Parte de una comunicación saludable es que las emociones no se reprimen sino son permitidas y expresadas. En una familia que se comunica saludablemente, sus miembros se reconocen mutuamente cuando hablan y escuchan. Para ello han tenido que desarrollar una serie de destrezas relacionadas con el respeto y el cuidado por los sentimientos del otro, con la capacidad de hablar por uno mismo y no por los demás, con la capacidad de abrirse y asumir responsabilidad por los propios sentimientos y acciones, y algunas otras destrezas. En los niveles más competentes -según  la escala de Beavers y Hampson- los miembros de la familia son claros y directos en la expresión abierta de sus sentimientos personales.  A medida que cambian los temas que se están discutiendo también cambian los tonos emocionales de los individuos.”[27]

 

La capacidad de resolver problemas en conjunto es una característica esencial de las familias saludables, especialmente en momentos de crisis y cambios continuos. Esto requiere tolerancia para disentir abiertamente y habilidades para acordar soluciones. Cuando en la convivencia de la familia hay amor incondicional junto con la disposición a conversar sobre las pequeñas cosas diarias de la vida, la capacidad para resolver problemas se acrecienta. Por el contrario, cuando el amor no se vive ni se expresa y cuando hay dificultades para dialogar, la ira, la frustración y el desánimo pueden bloquear la capacidad de la familia para resolver los problemas diarios y los relacionados con las crisis.[28]

 

Los pasos para establecer procesos efectivos para la resolución conjunta de problemas han sido identificados por Nathan B. Epstein y sus colegas en Canadá. Ellos afirman que la habilidad de la familia para resolver problemas se refleja en el nivel de funcionamiento efectivo de la familia en tres tipos de tareas: las tareas básicas (comida, techo, dinero, transporte), las tareas de desarrollo y las tareas “hazarosas” (crisis por accidentes, enfermedades, pérdidas de trabajo, etc.).  Las familias que no pueden lidiar efectivamente con estos tres tipos de tareas están en la probabilidad de desarrollar problemas clínicos significativos en una o más áreas del funcionamiento familiar. Aunque estos investigadores encontraron que los problemas atacan por igual a las familias que funcionan más efectivamente como a las que funcionan menos efectivamente, la diferencia es clara por la manera en que las familias enfocan y enfrentan los problemas. Las familias efectivas siguen más o menos los siguientes 7 pasos: 1) identifican el problema, 2) se comunican con las personas apropiadas respecto al problema, 3) desarrollan un conjunto de posibles soluciones alternativas, 4) deciden seguir una de las alternativas, 5) ejecutan las acciones requeridas por la alternativa, 6) se aseguran que las acciones han sido llevadas a cabo, y 7) evalúan la efectividad del proceso de solucionar problemas.  Además, “la mayoría de las familias efectivas tienen pocos problemas no resueltos.  Los problemas que existen son relativamente nuevos y son manejados con efectividad.  Cuando una nueva situación problemática ocurre, la familia encara el problema en forma sistemática.  A medida que el funcionamiento de la familia se vuelve menos efectivo, las conductas para resolver problemas familiares se vuelven menos sistemáticas y, por consecuencia, menos de los pasos señalados se llevan a efecto.”[29]

 

Aunque la expresión de afecto no se puede medir y pesar objetivamente, está muy presente en las familias saludables que dan y reciben afecto con libertad y regularidad. El afecto suele expresarse tanto en palabras como en hechos, y ambas formas de expresión son necesarias y deben ser coherentes, es decir, no contradecirse sino reforzarse mutuamente. Nunca será demasiado decir a un hijo o a un cónyuge que se le ama y demostrárselo con caricias y detalles. En las familias saludables se da afecto en forma incondicional, sólo por el hecho de ser parte de la familia. Eso no quiere decir que no se ejerza la disciplina cuando alguien comete una falta, sino que intencionalmente se preserva el ser de las personas y la disciplina se enfoca en las conductas. En las familias donde fluye el afecto en forma regular se puede notar energía, espontaneidad, alegría y optimismo.

 

4.  En las familias saludables hay un clima propicio para el crecimiento. Beavers y Hampson observaron que en las familias que mejor funcionan “Se crea una atmósfera en la que las personas se gustan unas a otras y se divierten juntas.”[30] Por el contrario, las familias disfuncionales demostraron menos espontaneidad y menos energía, y un tono deprimido o desesperanzado parecía invadir sus interacciones y limitar el desarrollo del carácter.

 

Es admirable cómo termina el relato de Lucas 2:41-52 que describe el incidente en el que Jesús, de12 años, se pierde en Jerusalén en la fiesta de la Pascua y sus padres le encuentran después de tres días. En medio de la tensión y la angustia, el v. 52 dice que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres. Ésta, por cierto, es una familia saludable -no sin tensiones o problemas, por ser una familia plenamente humana- que en medio de un susto mayúsculo provee el ambiente para el niño Jesús siga creciendo en los cuatro aspectos que hoy propone la psicología contemporánea (físico, mental, social y espiritual).[31]

 

En las familias saludables, el humor está presente. “La seriedad con la que las familias enfrenan sus problemas puede ser la mayor causa de sus dificultades”, afirma Edwin H. Friedman, rabino, terapeuta familiar y asesor de la Casa Blanca en asunto de familia. La seriedad presenta una paradoja, nos dice.  Si los miembros de una familia no toman en serio sus responsabilidades, la familia puede volverse inestable y caótica. “Pero la seriedad puede resultar también destructiva. La seriedad es más que una actitud: es una orientación total, una forma de pensar arraigada en la ansiedad constante y crónica. Se caracteriza por la falta de flexibilidad…”[32] El antídoto para la seriedad es el humor o la jocosidad, como lo llama Friedman, que no debe confundirse con hacer chistes. Tiene que ver más bien con la capacidad de los miembros de una familia de mantener distancias flexibles, de distinguir los procesos de los contenidos y de no asumir innecesaria responsabilidad emocional por otros. El humor permite que una familia rompa el círculo vicioso de la retroalimentación que mantiene a los problemas crónicos.

 

En las familias saludables se vive el perdón. Este es otro de los aspectos que las disciplinas humanas en general -no sólo la psicoterapia- tardaron mucho tiempo en reconocer como un componente importante de la salud. Cuando la cultura occidental puso el énfasis en la autonomía individual antes que en la vida comunitaria, en la conducta antes que en el carácter, en el progreso antes en la evaluación, el perdón -en su concepción y práctica- fue marginalizado de la convivencia humana.  Al identificar el perdón como vinculado a la fe y a la religión se le proscribió de cualquier consideración profesional. Hoy la situación es diferente. Nuestro mundo afligido está redescubriendo el perdón en sus variadas dimensiones y a través de las lentes de las diversas disciplinas académicas.[33] El Dr. Robert D. Enright y sus colegas en el Departamento de Psicología Educativa de la Universidad de Wisconsin-Madison han llamado la atención de los académicos para estudiar en forma interdisciplinaria el perdón. Su libro Exploring Forgiveness, editado con la escritora inglesa Joanna North, marcó el inicio de una reflexión sólida sobre el tema, en el cual se incluye la dimensión religiosa y pastoral. En el Prefacio, el arzobispo anglicano de Sudáfrica, Desmond Tutu, afirma que “Sin perdón no hay futuro. Sin perdón el resentimiento crece en nuestro interior, un resentimiento que se torna en hostilidad y en rabia… El odio consume nuestro bienestar (por lo que) el perdón es un absoluto necesario para continuar la existencia humana. El mundo está al borde del desastre si no perdonamos, aceptamos el perdón y nos reconciliamos”. [34]

 

Perdonar es la disposición de abandonar el derecho para estar resentido, juzgar mal y ser indiferente hacia alguien que injustamente nos ha herido, y -al mismo tiempo- inclinarnos hacia las cualidades de compasión, generosidad y amor hacia la persona que nos hizo mal. El perdón es principalmente un cambio de corazón y de mente.[35] Como no hay familias perfectas, el perdón es esencial para el desarrollo saludable de los miembros de la familia y de todo el conjunto. El falso perdón es un juego para ganar poder sobre otros. Cuando perdonamos le damos al que nos ofendió la bienvenida en la comunidad de los humanos y le vemos igualmente digno de respeto.

 

El perdón como herramienta terapéutica ha recibido hasta hoy poca atención entre los profesionales de la salud mental. Si embargo, Richard Frizgibbons, psiquiatra en el Hospital de la Universidad de Pennsylvania y en el Philadelphia Child Guidance Center, ha estudiado la ira excesiva en niños, adolescentes y adultos por casi 30 años, y ha venido utilizando el perdón en forma exitosa para resolver sentimientos de hostilidad y venganza. “Estoy emocionado y entusiasmado acerca del uso del perdón en numerosos desórdenes… Hay evidencias de que la ira es un factor significativo en una gran gama de desórdenes clínicos… Es mi opinión que ya no es posible seguir ignorando que el perdón se mueve hacia el centro del terreno de la salud mental.”[36]

 

Perdón no es lo mismo que reconciliación.  Es posible perdonar sin reconciliarse (es decir, sin volver a juntarse en amor y amistad), pero no es posible reconciliarse en verdad sin antes perdonar. Perdón es el proceso que capacita al que perdona de continuar su vida sin que siga afectada por dolor de la herida, del engaño o de la deslealtad. El perdón requiere un “salto de fe”, un acto de voluntad para arriesgarse a ser herido otra vez. El verdadero perdón no se confunde con el sentimentalismo o la simpatía a expensas de la justicia y de la dignidad. Uno puede perdonar y al mismo tiempo limitar, y aún terminar una relación. El perdón puede requerir restitución de parte del que ha obrado mal. Sin embargo, el perdón no es un intercambio de favores. Quien perdona ofrece el perdón como un regalo. Quien es perdonado no asume ninguna obligación ante quien lo perdona como condición para el perdón.[37]

 

Es necesario añadir una palabra de alerta. No se debe empujar prematuramente el tema del perdón. Hay que permitir primero que las personas afectadas expresen sus sentimientos y preocupaciones, y sean validadas. De lo contrario, se puede colocar indebidamente la carga de la resolución del conflicto en la persona que se mira a sí misma como la víctima de la ofensa. Se debe esperar hasta que haya logrado una reducción de la ansiedad y un desarrollo significativo en la comunicación y la confianza. En casos de infidelidad conyugal, por ejemplo, esto puede tomar meses.[38]

 

En conclusión

En esta ponencia me ha parecido apropiado ofrecer un resumen de algunos aportes recientes de investigadores y clínicos que se han preocupado por estudiar la salud antes que la enfermedad, los recursos de personas y familias antes que sus carencias, la resiliencia antes que la debilidad. He intentado conectar tales hallazgos con lo que las comunidades de fe hacen o pueden hacer.

 

Al trabajar con familias -sea como terapeutas, educadores, pastores, consejeros o parte de cualquier otra profesión de ayuda– estamos continuamente desafiados, junto con nuestros consultantes, discípulos o parroquianos, a crear espacios físicos, mentales y lingüísticos en donde sea posible soñar en situaciones de salud y bienestar, antes que sólo atender la dolencia; en donde no sólo se resuelva la queja, sino en donde se viva un pleno estado de bienestar físico, mental, social y espiritual; en donde no sólo se traten problemas, sino en donde se imagine la realidad anhelada y se trabaje por ella.

 

Esperamos, con esto desafiar a nuestros colegas a investigar con esmero en su propio contexto lo que propende al desarrollo de personas, parejas, familias y comunidades saludables que puedan disfrutar el pleno bienestar, rebotar ante las adversidades y contribuir a un mundo más justo, más solidario y más armonioso, como Dios quiere y anhela para todos nosotros.

 


[1]Para una consideración teológica más extensa sobre la imagen de Dios véase: Jorge Atiencia, “Persona, Pareja y Familia” en Jorge E. Maldonado, editor, Fundamentos Bíblico-Teológicos del Matrimonio y la Familia. Grand Rapids: Eerdmans/Libros Desafío, 1995/2002. Hay versión en lengua portuguesa: Editora Ultimato.

[2]W. Robert Beavers & Robert B. Hampson, Successful Families. Assessment and intervention. New York: W. W. Norton, 1990. Versión en lengua castellana: Familias Exitosas: evaluación, tratamiento e intervención. Barcelona: Paidós, 1995.

[3]Nathan B. Epstein, Christine E. Ryan, Duane S. Bishop, Ivan W. Miller y Gabor I. Keitner, “The McMaster Model. A view of healthy family functioning”, en Froma Walsh, Normal Family Processes, 3erd. edition. New York: The Guilford Press, 2003.

[4]Froma Walsh, Strengthening Family Resilience, New York: The Guilford Press, 1998.

[5]Webster’s College Dictionary, New York: Random House, 1990.

[6]Froma Walsh, Strengthening Family Resilience, New York: The Guilford Press, 1998. La palabra inglesa resilience ha sido ya adoptada tanto en el francés como en el español.  Véase, por ejemplo, Michael Manciaux, comp., La Resiliencia: resistir y rehacerse. Barcelona: Gedisa, 2003; Boris Cyrylnik, Los Patitos Feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida, Barcelona: Gedisa, 2002; Stefan Vanistendael y Jaques Lecomte, La Felicidad es posible. Despertar en niños maltratados la confianza en sí mismos: construir la resiliencia. Barcelona: Gedisa, 2002.

[7]Para una discusión detallada de familia normal desde la perspectiva clínica véase de Froma Walsh, editora, Normal Family Processes, third edition. New York: The Guilford Press, 2003, especialmente el Prefacio y la Primera Parte (p.xi-57).

[8]Froma Walsh, Strengthening Family Resilience, New York: Guilford, 1990, p.15.

[9]Los conceptos de “Shalom” en el Antiguo Testamento y “Eirene” en el Nuevo son fundamentales en una discusión sobre la salud desde la perspectiva teológica y pastoral.

[10]Definición ofrecida por la Comisión Médica Cristiana del Consejo Mundial de Iglesias, Ginebra, Suiza, en base a una enunciada por la Organización Mundial de la Salud que incluía los tres primeros componentes.  Froma Walsh en Spiritual Resources in Family Therapy, New York: Guilford, 1999, expone que en los años recientes se está incluyendo el aspecto espiritual en la formación de los nuevos terapeutas. Tanto en la edición revisada del DSM-IV (1994) como en la discusión de los terapeutas sistémicos se “conceptualiza a las personas como seres bio-psico-socio-espirituales” (p.32).

[11]Froma Walsh, editora, Spiritual Resources in Family Therapy, New York: Guilford, 1999, p.x. Ver también de Thomas G. Plante y Allen C. Sherman, editores, Faith and Health. Psychological Perspectives. New York: The Guilford Press, 2001.

[12]Froma Walsh, Spiritual Resources, p.3, 4 y 29.

[13]W. Robert Beavers & Robert B. Hampson, Successfull Families. Assessment and intervention.New York: W. W. Norton, 1990. Versión en lengua castellana: Familias Exitosas: evaluación, tratamiento e intervención. Barcelona: Paidós, 1995.

[14]Froma Walsh, Strengthening Family Resilience, p. 45.  Ella cita el trabajo de L. Wright, W.L.Watson & J.M.Bell, Beliefs: the heart of healing in families and illness, New York: Basic Books, 1996.

[15]W. Robert Beavers t Robert B. Hampson, Familias Exitosas, Barcelona: Paidós, 1995.

[16]Martin Seligman, Learned Optimism, New York: Random House, 1990; The Optimistic Child,Boston: Houghton Mifflin, 1995.

[17]Citado por F. Walsh en Strengthening Family Resilience, New York: Guilford, 1998, p.58.

[18]Es decir, la tendencia del siglo XX de encontrar estructuras en muchas ramas del saber humano: estructuras intrapsíquicas (Freud), estructuras cognoscitivas (Piaget), estructuras de parentesto (Levi-Straus), estructuras lingüísticas (Saussure), estructuras familiares (terapeutas sistémicos).

[19] Lynn Hoffman, Family Therapy, an Intimate History, New York: Norton, 2002, p. 221-225, explica los términos “postestructuralismo” y “desconstruccionismo” que surgen en varios círculos académicos influidos por los filósofos franceses Jacques Derrida y Michael Foucault y desarrollados por los psicoterapeutas australianos Micheael White y David Epston.

 

[20]Froma Walsh, Strengthening Family Resilience, p.91.

[21]Beavers & Hampson, Familias exitosas, p. 38.

[22] John M. Gottman, The Marriage Clinic, New York: Norton, 1999.

 

[23] Katy Butler, “The Art & Science of Love”, Psychoterapy Networker, September/October, 2006.

 

[24] John Gottman & Julie Schwartz Gottman, The Art & Science of Love, Seattle: The Gottman Institure, 2006

 

[25]Froma Walsh, en Strengthening Familiy Resilience, específicamente en el capítulo 5 “Communication Processes: Facilitating Family Functioning”, hace un resumen de los diversos aportes teóricos y clínicos sobre la comunicación en la familia.

[26]Beavers y Hampson, Familias Exitosas, p.46-47.

[27]Beavers y Hampson, Ibid, p. 51.

[28]Para una discusión más amplia de las crisis familiares véase de Jorge E. Maldonado, Crisis, Pérdidas y Consolación en la Familia. Grand Rapids: Libros Desafío, 2002.

[29]Nathan B. Epstein, Christine E. Ryan, Duane S. Bishop, Ivan W. Miller y Gabor I. Keitner, “The McMaster Model. A view of healthy family functioning” en Froma Walsh, Normal Family Processes, 3erd. edition. New York: The Guilford Press, 2003, p.588.

[30]Beavers y Hampson, Familias Exitosas, p.53.

[31]Para una exposición más amplia de este pasaje véase de Jorge E. Maldonado, Aun en las Mejores Familias: la familia de Jesús y otras familias de la Biblia parecidas a las nuestras.Grand Rapids: Eerdmans/Desafío, 1996/1999. La versión en legua portuguesa es publicada por Editora Vozes, Sao Paulo.

[32]Edwin H. Friedman, Generación a Generación. Buenos Aires/Grand Rapids: Nueva Creación/Eerdmans, 1996, p.76.

[33]T. D. Hargrave, Families and Forgiveness: healing intergererational wounds. New York: Brunner/Mazel, 1994. Beverly Flanigan, Forgiving the Unforgivable. Overcoming the bitter legacy of intimate wonds. New York: Macmillan, 1994.

[34]Robert D. Enright & Joanna North, editores, Exploring Forgiveness. Madison, WI: The University of Wisconsin Press, 1998.

[35]Robert D. Enright, Suzanne Freedman and Julio Rique, “The Psychology of Interpersonal Forgiveness” en Exploring Forgiveness, p.46-47.

[36]Richard Fritzgibbons, “Anger and the Healing Power of Forgiveness: a psychiatrist’s view”, enExploring Forgiveness, p.63, 72-73.

[37]Paul W. Coleman, “The Process of Forgiveness in Marriage and the Family” en Exploring Forgiveness, p.78-79, 83.

[38]Ibid, p.83.

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Jorge E. Maldonado

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